De Gelsen nos desplazamos hacia Berlin como siempre en tren. Dentro de la planeación del viaje resultó que la ciudad donde nos costó mas trabajo encontrar alojamiento que reuniera las 3B (bueno, bonito y barato) fue Berlín.
Llegamos a la estación del tren. Siendo esta mi especialidad, inmediatamente de mi dichosa maletita tinto consulté mi voluminoso archivo de mapas y desdoblé el correspondiente a esa Ciudad. Cual va siendo mi sorpresa que no apareció la dirección en mi mapa, consultamos en un tablero el mapa de la estación y tampoco. Pregunté a la gente de atención al público en mi mejor ‘gohetiano’ alemán sin resultado alguno. Entonces discurrimos conseguir un mapa más completo y mostrarlo a un amable policía. Al extender el mapa resultó gigantesco (de tal manera que hubiéramos necesitado una mesa rectangular para unas 12 personas para que hubiera cabido) y casi en las orillas por fin localizamos la dirección. Hasta ahí todo bien. El problema residía en que nadie parecía saber como llegar hasta ahí. De manera que nos mandaron ‘a rumbo’ sin saber exactamente donde bajarnos ni para donde ‘jalar’. Después de un larguísimo trayecto, nos bajamos en una remota estación. Ahí interrogué a una señora en alemán, misma que no entendió. Luego en inglés y menos. Nos alejamos lentamente buscando algún otro guía en la casi desierta estación y al escucharnos hablar entre nosotros de repente se regresa y nos dice: -¿Hablan español?... ¡Haberlo dicho antes!... le mostramos la dirección y nos dijo: No sé, pero dejénme preguntar… El tren estaba a punto de arrancar y ella corrió hasta emparejarse con la cabina del maquinista. No sabemos en que idioma le preguntó, pero nos trajo las señas de para dónde había que continuar. Nos volvimos a subir al mismo tren, recorrimos un par de estaciones, nos bajamos, salimos de la estación, cruzamos una calle y en la estación del frente abordamos otro tren en un vagón de 2 pisos. Todavía con cierta inquietud observamos a una pareja que coincidentemente bajó en la misma estación que nos indicaron. Ella: alta, rubia, con un bonito y ajustado vestido negro, con mucho porte y el estilo que nos había maravillado de las mujeres de Praga. Él: con la apariencia de empresario exitoso vistiendo una playera negra de marca. Al bajar le preguntamos estirándole el papelito con la dirección. Movió la cabeza diciéndonos en Inglés: -Va a estar difícil que lleguen ahí, mejor acompáñenme a mi auto y los llevo. Caminamos hasta un improvisado estacionamiento de piso de tierra, donde los esperaban un par de Mercedes negros de modelo reciente. Le ayudamos a pasar su bolsa de palos de golf de una SUV a la cajuela del otro (uno de los grandes). Previo beso despachó a su guapa señora, trepamos las maletas y abordamos la SUV sintiendo como quien es rescatado en un yate de una isla desierta. Todavía de ahí recorrimos unos 20 minutos por una serpenteante carretera y pasamos por lo que parecía un pueblito hasta llegar a una zona industrial donde se ubicaba el intrincado hotel. Este servicio por sí solo hubiera sido suficiente para que la Parquita olvidara por un momento su parquedad y se deshiciera en agradecimientos, un servidor le diera una palmada en el hombro, el Chavito le diera un abrazo y el Coyote todo eso junto y de ribete hasta un fraternal beso, pero eso no fue todo. Se detuvo en la puerta del hotel y con la camioneta en marcha esperó pacientemente hasta que reparó en que peleábamos con la máquina-cajero que hace las veces de recepcionista en el hotel (la verdad es que la tensión del viaje obnubiló nuestras mentes y nomás no dábamos pie con bola.) Entonces decidió apagar el motor, bajar y personalmente a ayudarnos a hacer el check-in. Hasta que nos vió asomarnos por la ventana de la habitación fue cuando cerró con broche de oro su buena obra del día: -¿Ya saben dónde van a cenar? La pregunta fue muy obvia y el hambre era mayor. Fué entonces cuando nos recomendó un restaurant italiano que habíamos ubicado en la pasada por el pueblito y gritó a manera de despedida: -digan que los
Dentro de la cadena ETAP encontramos uno en ‘Branderburg Park’ y que nosotros todo el tiempo pensamos que se ubicaba cerca de la puerta de Branderburgo. (El Branderburg Park resultó ser un parque industrial, algo así -debidas proporciones- como ir en GDL de la estación de tren de Av. Washington a El Salto.)
Llegamos a la estación del tren. Siendo esta mi especialidad, inmediatamente de mi dichosa maletita tinto consulté mi voluminoso archivo de mapas y desdoblé el correspondiente a esa Ciudad. Cual va siendo mi sorpresa que no apareció la dirección en mi mapa, consultamos en un tablero el mapa de la estación y tampoco. Pregunté a la gente de atención al público en mi mejor ‘gohetiano’ alemán sin resultado alguno. Entonces discurrimos conseguir un mapa más completo y mostrarlo a un amable policía. Al extender el mapa resultó gigantesco (de tal manera que hubiéramos necesitado una mesa rectangular para unas 12 personas para que hubiera cabido) y casi en las orillas por fin localizamos la dirección. Hasta ahí todo bien. El problema residía en que nadie parecía saber como llegar hasta ahí. De manera que nos mandaron ‘a rumbo’ sin saber exactamente donde bajarnos ni para donde ‘jalar’. Después de un larguísimo trayecto, nos bajamos en una remota estación. Ahí interrogué a una señora en alemán, misma que no entendió. Luego en inglés y menos. Nos alejamos lentamente buscando algún otro guía en la casi desierta estación y al escucharnos hablar entre nosotros de repente se regresa y nos dice: -¿Hablan español?... ¡Haberlo dicho antes!... le mostramos la dirección y nos dijo: No sé, pero dejénme preguntar… El tren estaba a punto de arrancar y ella corrió hasta emparejarse con la cabina del maquinista. No sabemos en que idioma le preguntó, pero nos trajo las señas de para dónde había que continuar. Nos volvimos a subir al mismo tren, recorrimos un par de estaciones, nos bajamos, salimos de la estación, cruzamos una calle y en la estación del frente abordamos otro tren en un vagón de 2 pisos. Todavía con cierta inquietud observamos a una pareja que coincidentemente bajó en la misma estación que nos indicaron. Ella: alta, rubia, con un bonito y ajustado vestido negro, con mucho porte y el estilo que nos había maravillado de las mujeres de Praga. Él: con la apariencia de empresario exitoso vistiendo una playera negra de marca. Al bajar le preguntamos estirándole el papelito con la dirección. Movió la cabeza diciéndonos en Inglés: -Va a estar difícil que lleguen ahí, mejor acompáñenme a mi auto y los llevo. Caminamos hasta un improvisado estacionamiento de piso de tierra, donde los esperaban un par de Mercedes negros de modelo reciente. Le ayudamos a pasar su bolsa de palos de golf de una SUV a la cajuela del otro (uno de los grandes). Previo beso despachó a su guapa señora, trepamos las maletas y abordamos la SUV sintiendo como quien es rescatado en un yate de una isla desierta. Todavía de ahí recorrimos unos 20 minutos por una serpenteante carretera y pasamos por lo que parecía un pueblito hasta llegar a una zona industrial donde se ubicaba el intrincado hotel. Este servicio por sí solo hubiera sido suficiente para que la Parquita olvidara por un momento su parquedad y se deshiciera en agradecimientos, un servidor le diera una palmada en el hombro, el Chavito le diera un abrazo y el Coyote todo eso junto y de ribete hasta un fraternal beso, pero eso no fue todo. Se detuvo en la puerta del hotel y con la camioneta en marcha esperó pacientemente hasta que reparó en que peleábamos con la máquina-cajero que hace las veces de recepcionista en el hotel (la verdad es que la tensión del viaje obnubiló nuestras mentes y nomás no dábamos pie con bola.) Entonces decidió apagar el motor, bajar y personalmente a ayudarnos a hacer el check-in. Hasta que nos vió asomarnos por la ventana de la habitación fue cuando cerró con broche de oro su buena obra del día: -¿Ya saben dónde van a cenar? La pregunta fue muy obvia y el hambre era mayor. Fué entonces cuando nos recomendó un restaurant italiano que habíamos ubicado en la pasada por el pueblito y gritó a manera de despedida: -digan que los
manda Frank.
Aquí con nuestro benefactor Frank en las afueras del Hotel Etap Branderburg Park A esas alturas las tripas gruñían más fuerte que la suegra de la Parquita, de manera que inmediatamente pedimos un taxi para comer-cenar en ese recomendado lugar. Ahí lo primero que hicimos fue ordenar unas cheves gigantes color tejuino y espesas, d’esas que ya habíamos probado en el traslado del tren a Hannover, que un alemán nos había advertido: Con dos dé’stas tienen pa’ ponerse agustito… el Coyo en esa ocasión nomás se zampó siete!. Luego pedimos una botella de Vino Blanco (alemán, por supuesto) para acompañar la cena.
Cuando le mencionamos al mesero (un italiano que prácticamente nomás hablaba su idioma natal) que nos enviaba Frank, esperábamos que iba a correr a traernos cuando menos ya sea los aperitivos o los digestivos de la casa, (un Sambucca o licor de Galiano, por ejemplo) pero en lugar d’eso, movió la cabeza no recordando conocerlo. Luego le hicimos referencia a su señora (la guapa rubia Checa) sin resultados.
Mas tarde, a media comida apareció de nuevo y al parecer (como buen italiano) la señora fue la que le hizo recordar a nuestro benefactor Frank e hizo mucha alharaca. Por cierto ahí nos confirmaron que era originaria de la Rep. Checa, (no podía ser de otro lugar). Hasta pedir la cuenta no se había mostrado ninguna señal de la influencia de nuestro nuevo amigo, a no ser por el trato cordial.
Las cheves espesas y turbias como tejuino. Mas tarde, a media comida apareció de nuevo y al parecer (como buen italiano) la señora fue la que le hizo recordar a nuestro benefactor Frank e hizo mucha alharaca. Por cierto ahí nos confirmaron que era originaria de la Rep. Checa, (no podía ser de otro lugar). Hasta pedir la cuenta no se había mostrado ninguna señal de la influencia de nuestro nuevo amigo, a no ser por el trato cordial.
De repente nos preguntó: -¿Para dónde van?
-Vamos para una estación que nos pueda llevar a la Puerta de Branderburgo. (la auténtica)
-Si me esperan un momento, el cocinero ya está por irse, les puede dar un aventón. Aquí está su auto, en la parte de atrás.
Salimos a esperarlo, como nos indicó. Cuál sería nuestra sorpresa que estaba un flamante Alfa Romeo (como diría un comentarista local:-sin una patinada de mosca) y portando una bandera italiana en la ventanilla.
Inmediatamente desenfundé la cámara y dije: -d’esto no ‘ai diario, ya imaginándonos a bordo de ese auto.
En eso, unos 5 minutos después sale el cocinero todavía secándose las manos. Cuando nos dirigimos a pararnos frente a las portezuelas del auto, nos dice:
-Ese no es mi auto, es el del patrón. El mío está aquí a la vueltita.
-Vamos para una estación que nos pueda llevar a la Puerta de Branderburgo. (la auténtica)
-Si me esperan un momento, el cocinero ya está por irse, les puede dar un aventón. Aquí está su auto, en la parte de atrás.
Salimos a esperarlo, como nos indicó. Cuál sería nuestra sorpresa que estaba un flamante Alfa Romeo (como diría un comentarista local:-sin una patinada de mosca) y portando una bandera italiana en la ventanilla.
Inmediatamente desenfundé la cámara y dije: -d’esto no ‘ai diario, ya imaginándonos a bordo de ese auto.
En eso, unos 5 minutos después sale el cocinero todavía secándose las manos. Cuando nos dirigimos a pararnos frente a las portezuelas del auto, nos dice:
-Ese no es mi auto, es el del patrón. El mío está aquí a la vueltita.
El Alfa Romeo en el que pensamos nos daban el 'raid'
Era otro Alfa Romeo, solo que unos 20 años más viejo. Me hizo recordar a los primeros caribes, con huellas de golpes mal empastados y algo sonadón, pero eso sí, la máquina todavía corría y bien, como se encargó involuntariamente de demostrarnos durante el camino. Nos mostró la foto de su señora al tiempo que, hablaba por teléfono con ella, volteaba a hacer comentarios a los de atrás, con el estéreo a todo volumen y a toda velocidad incluso en las curvas. Pero como a caballo dado no se le mira el diente, y menos en nuestras circunstancias, agradecimos a llegar (sanos y salvos) a nuestro destino con otros souvenirs a nuestro más reciente benefactor.
En el histórico Checkpoint Charlie
Paseando cerca de la puerta de Branderburgo tuvimos la oportunidad de ver de cerca una réplica de la copa del mundo en un gigantesco balón que montó la FIFA en una plaza. También nos cruzamos y saludamos ondeando la mano al mismísimo 'Tigrillo' Emilio Azcárraga quien en bermudas y como un turista más sin guarura alguno a la vista paseaba despreocupadamente.
Fuimos además a la zona donde antes se encontraba el célebre Muro y entramos a un museo que ilustraba toda esa historia.
Continuará…
Fuimos además a la zona donde antes se encontraba el célebre Muro y entramos a un museo que ilustraba toda esa historia.
Continuará…
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